No existe población en el mundo occidental, sobre la cual se haya escrito, al mismo tiempo, con tanto rigor histórico y con tanta capacidad de fabulación como es Granada.
Al ser ciudad de larga, profunda y compleja historia, sus orígenes se hunden en la más remota memoria, mezclándose, desde entonces, con apasionantes leyendas que quieren unir su fundación al nombre unos de una hija de Noé, llamada Grana o a otra doncella, de nombre Granata, que acaso fuese hija del mismísimo Hércules.
Henríquez de Jonquera, cuyo rigor histórico, como es de suponer, se funde con el legendario, nos dice que plantificado en España Tubal con sus hijos y familias, fundó la ciudad de Granada, dándole leyes en prosa y versos, música y astronomía y repartimiento de los días, meses y años y tuvieron principio en ésta las Ciencias y Leyes y Artes, ochocientos años antes que en Grecia…
Mas dejando a un lado todas aquellas narraciones; a las que no son ajenas, tampoco, los nombres de los hijos de Nabucodonosor y los judíos huidos de Jerusalén, en la que fuese la primera de las diásporas del Pueblo elegido de Dios; lo que es la historia, rigurosa y; por ello; veraz, nada sabe con certera claridad del origen y la fundación de la Ciudad de Granada.
Sí es cierto que su primer asentamiento hubo de hacerse por los túrdulos, tribu ibérica de las más cultas y avanzadas de las existentes en el sur de la península, para convertirse luego, en torno al siglo V anterior a nuestra era, en una población cuya importancia la hizo disponer de ceca en la que se acuñaron monedas.
Tras la expansión del Imperio Romano fue conocida; según ejemplares numismáticos arqueológicos; y entre otros; con los nombres de Iliberi. O Ilíberis, así hasta que en los siglos I y II aparece en inscripciones y también en monedas, como Florentia o Municipiun Florentium Iliberitanum, ya con las prerrogativas políticas y sociales de municipio romano y evocando con su nombre el fertilísimo valle o vega deliciosa en la que se encuentra enclavada.
Parece que los primeros núcleos de población, en opinión de Gallego Burín, debieron estar por la parte que actualmente se conoce como barrio de El Realejo, donde se asentaron los judíos y por toda la ladera del Albaycín, que se derrama hacia el río Darro, parte ésta que ocuparon los romanos a juzgar por los numerosos restos hallados; muchos de ellos conservados en el Museo Arqueológico Provincial; tales como pavimentos de vías romanas, piezas de cerámica, capiteles, columnas y trozos de estatuas, cimentaciones de edificios e incluso enterramientos, siendo esta última parte de la geografía urbana granadina donde estuvo el Foro de Ilíberis y la primitiva Basílica cristiana.
Ciertamente el Cristianismo llegó a estas tierras muy temprano, mediado el primer siglo y en torno a la figura de San Cecilio –actual Patrón de la Ciudad- que, junto a otros seis discípulos de San Pedro, vinieron a la península para divulgar el Evangelio. San Cecilio fundó la primera silla episcopal de Granada y murió martirizado en la segunda persecución de Domiciano, no sin antes cristianizar a muchos habitantes, no sólo de la ciudad, sino también de otras tierras cercanas, auxiliado por otros discípulos que hicieron levantar iglesias en distintas poblaciones, dejando instaurada la fe de Cristo, que permanece y se expande hasta después de la invasión musulmana de la ciudad en el año 712 y hasta 1099 en que queda arrasado todo vestigio de cristianismo, cuando los almorávides derrumban la última iglesia cristiana que se había levantado cerca de la explanada del Triunfo.
Al inicio del siglo IV se celebra el Concilio de Elvira o de Granada, en el que se reúnen los obispos de Hispania, siendo uno de los más importantes del mundo cristiano, ya que en él, Osio, Obispo de Córdoba y profundo teólogo, propone el texto del actual Credo, que ha permanecido casi invariable hasta nuestros días. En ese mismo siglo vivió San Gregorio Bético, profundo teólogo y Obispo de Granada.
Muy poca memoria se conserva de la Granada bajo el dominio de los visigodos, si no son sus apariciones en piezas numismáticas o inscripciones en medallas de distintos reyes, en las que se le hace alusión con el nombre de Pius Eliberri y otros muy parecidos.
Asimismo se sabe que entre los siglos VI y VII, se consagraron en Granada las iglesias –hoy inexistentes- de San Juan, San Vicente Mártir y San Esteban. Sin embargo –y siguiendo la opinión de Gallego Burín- Granada experimenta en esta parte de la Edad Media una importante transformación, al constituirse en ciudad amurallada en torno al antiguo alcázar, por encima del Albaycín, transformación militar que poco hubo de durar pues, tras la invasión musulmana, en el 711, Tariq envió a Granada un ejército que, manu militari, sometió la ciudad un año después, quedando presa y botín de las fuerzas invasoras, así como las distintas poblaciones cercanas, especialmente la de Elvira –al pie de la sierra del mismo nombre- que había adquirido gran importancia, confirmada por los musulmanes durante los primeros años de la dominación, primándola sobre la misma Granada, a la que, sin embargo, fueron concediéndole, paulatinamente, mayor importancia, por su soberbio emplazamiento, al contar con inestimables defensas naturales y rodeada de la exuberante vega, que facilitaba los abastecimientos en cualquier circunstancia.
El gobernador de Elvira, Abd al-Rahman al-Xaybani, mandó reconstruir la antigua alcazaba sobre el Albaycín y por ese mismo tiempo hubieron de reconstruirse, también, las Torres Bermejas y la Alcazaba de la Alhambra. Poco a poco y en el devenir de los años, Granada se fue perfilando como el importante núcleo urbano que, junto a Córdoba y Sevilla, formó, entonces, la trilogía de ciudades más importantes de todo el sur peninsular y aún de la península ibérica entera.
En el año 1013 y aún dependiente feudalmente del Califato de Córdoba, el noble musulmán Zawi-ben-Ziri fundó el primitivo Reino de Granada, constituyéndose en el primer rey de la dinastía Zirí, gobernando este reino desde la Alcazaba Cadima, situada, como se ha dicho, sobre el actual Albaycín y mandando levantar su palacio en medio de una zona fuertemente amurallada y sobre el solar que, luego, desaparecido, ocupó la antigua Casa de la Lona o gran fábrica de velas náuticas, con las que, desde Granada se surtió, ya en tiempos cristianos de nuevo, toda la armada y la marina mercante de España, hasta el siglo XIX.
Después de 150 años de guerras con almorávides y luego con almohades, se produjo la instauración de la dinastía Nazarí, fundada por el rey Abu-Abdallá Mohámed Ibn al-ahmar Ibn-Nasr, que vivió de 1238 a 1273. Desde ese momento se dio comienzo a las sucesivas y magníficas edificaciones que, poco a poco, rey tras rey de esta misma dinastía –y luego con los posteriores cristianos- transformaron y convirtieron Granada en la ciudad formidable, en la urbe extraordinaria que hoy es y en la que, desde entonces -en palabras de Gallego Burín- el paisaje y monumentos formaron unidad tan armónica e indestructible, que el perfil que de ella dibujaron los nazaríes puede decirse que, en sus líneas esenciales, es el mismo que ha llegado hasta nosotros.
Al otro lado del río Darro, en la elevada colina de enfrente de la del Albaycín, que los musulmanes llamaron Sabika, dominando toda la feraz vega de Granada y teniendo al sur como fondo excepcional las altas cumbres de Sierra Nevada, los reyes nazaríes levantaron el más prodigioso conjunto de palacios orientales y jardines que, rodeados de potentísimas fortificaciones dotadas de decenas de altas y poderosas torres, constituyeron la extraordinaria ciudadela palaciega de la Alhambra. Asombro de Oriente y Occidente, motivo de inspiración de toda clase de artistas en el devenir de los siglos.
Toda la ciudad de Granada fue llenándose, en sus distintos barrios, conformados por una especialísima fisonomía urbanística, de infinitos laberintos de estrechas callejas y plazuelas, de bellas casas palaciegas en las que era esencial el agua en las fuentes y los estanques, los patios y los jardines. En esta ciudad florecieron las ciencias, las letras y las artes y se constituyó, desde la desaparición del Califato Omeya de Córdoba, en luz del mundo culto, siendo meta anhelada de viajeros de todos los lugares que hasta ella llegaban, quedando embargados por su belleza y asombrados por lo gentil de sus gentes.
Casi dos siglos y medio permaneció Granada bajo el reinado de los Nazaríes, sobre lo que se han escrito centenares de millares de páginas que describen una ciudad, no sólo llena de palacios y jardines, sino también de mezquitas, baños, centros de estudios, madrazas y hospitales, en medio de una vida ciudadana en la que coexistieron durante mucho tiempo en libertad completa y armonía los judíos, que tuvieron gran privanza en las cortes de los reyes ziríes y nazaríes, viviendo en un ambiente de completa armonía, alcanzando, especialmente en las ciencias y en las letras, cotas tan elevadas, que las sinagogas y las escuelas talmúdicas y escriturarias granadinas, fueron de tal fama en el mundo oriental e incluso en el cristiano europeo que Granada fue conocida, asimismo, con el nombre de Garnata al Yahud o Granada de los judíos. Ellos intervinieron, decisivamente, en la política, en las finanzas, en las obras públicas y en las bellas artes del reino de Granada.
En esta ciudad nació y vivió el gran Mosé ben Yaaqob ibn Ezra, autor de más de quinientos poemas profanos y religiosos, como el maravilloso Libro del collar, con cerca de mil doscientos versos de una belleza conmovedora. Ibn Ezra, junto al malagueño Ibn Gabirol y el cordobés Yehudá ha-Leví representó la más alta poesía hebraicoespañola –y aún arábicoespañola- de la Edad Media, cuyas influencias literarias han llegado hasta la poesía española más actual.
Con las cortes nazaríes, el reino de Granada alcanzó los mayores brillos y la mayor de sus sombras, que no fue otra que la pérdida del mismo. Efectivamente, el 2 de enero de 1492, la ciudad fue entregada a los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando V de Aragón, los que tomaron posesión de Granada, cerrándose así casi ocho siglos de guerras con los fronterizos reinos cristianos del norte.
Es a partir de ese momento cuando Granada, ciudad cantada por poetas y relatada en mil y una leyendas y romances que corrieron por toda Europa, se convierte en meta de viajeros de todo el mundo occidental, de gentes de todos los antiguos reinos de la península, que llegaron unos por la enorme curiosidad de conocer tierras vedadas hasta entonces, otros, soldados de fortuna, mercaderes, artesanos, artistas, poetas, arquitectos, sabios teólogos y filósofos, de forma que la población de la ciudad aumentó hasta casi el medio millón de almas. Se transfiguró en una ciudad bulliciosa y animada en la que los reyes cristianos mandaron levantar grandes y artísticas edificaciones, coincidiendo con el comienzo del renacimiento en los reinos españoles.
Avatares de la historia, a los que no fue nada ajeno el descubrimiento del Nuevo Mundo por Cristóbal Colón –que había firmado las Capitulaciones previas con la Reina Isabel en la cercana población de Santafé- distrajeron la atención hacia Sevilla, que se convirtió, por aquel motivo, en la más importante urbe de Andalucía, siguiendo aún Granada siendo capital de su mismo nombre y ciudad clave entre culturas orientales y occidentales y germen del descubrimiento de América, de ahí la dimensión universal de esta ciudad, cuya historia está preñada de pasado común para las más diversas gentes del mundo.
Desde el inicio de la construcción de la catedral granadina –primera renacentista de España- y posteriormente del palacio de Carlos V; dentro del recinto de La Alhambra; la fiebre constructora y artística fue extraordinaria y sin precedentes temporales. A Granada acudieron; además de las más importantes casas nobles de España, que en ella hicieron construir sus palacios o reconvirtieron antiguas casonas moriscas; casi todas las órdenes religiosas que fundaron decenas de conventos e iglesias, o adaptaron antiguas mezquitas; en los que fue interviniendo toda una pléyade de artistas, arquitectos, pintores, escultores y escritores, siendo también tierra de sabios y santos, que, en el devenir del tiempo, constituyeron la Escuela Barroca Granadina, nacida del más puro renacimiento y que convirtieron a la ciudad en un verdadero cofre de tesoros artísticos e históricos. Todo ello unido a la fundación de la Universidad, por el Emperador Carlos, a la que acudieron los más ilustres maestros de media Europa, le imprimieron, para siempre, un carácter de ciudad artística y culta con renombre universal.
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