Difusión Cultural
3. Páginas de Granada
Día de la Cruz
DÍA DE LA CRUZ
Rodolfo Gil Griman

IESTA de gala es el día de la Cruz en el Albaicín. Como los campos, como los cielos, como las almas en la estación más alegre del año, todo se ilumina y remueva, todo brilla y bulle en movimiento incesante y comunicativo, todo se engalana el 3 de mayo.
Parece el barrio población distinta, resucitada al conjunto, resucitada al conjuro de la primavera, que junta y armoniza en estas fiestas clásicas el sentimiento religioso tradicional, las expansiones del amor y el espíritu de la juventud, á(1) cuyas palpitaciones de vida responde siempre la humanidad con risas y besos, con esperanzas y aclamaciones, con flores y músicas.
Mozuelas y flores, las más bellas unas y otras, é inseparables ambas en esta tierra, invaden los patios moriscos y se congregan delante de los altares, en los zaguanes iluminados ó á la entrada de aquellos frondosos huertos, en cuyos rincones y glorietas el idilio funde al claror de la luna los corazones.

Placeta de la Cruz, 1967, A.H.M.G
Para visitar los altares del Albaicín, esperad la noche. El alumbrado de las calles es débil, de modo que nos movemos de acá para allá en una semioscuridad que permite resalten y resplandezcan como hornos encendidos los portales ó patios en que manos femeninas rindieron pleito homenaje al símbolo de nuestra Redención. La luna envuelve en su argentada claridad las moles eminentes de las viejas torres cuadradas, y poco á poco va descendiendo desde los labrados aleros de los tejados, besando los arcos de filigrana , los capiteles y las columnitas de alabastro que se transparentan al recibir las caricias de aquella luz suave, hasta llenar el patio y la mitad de la calle sombreada por los edificios de la acera opuesta.
Los altares mejores son levantados en la famosa calle del Agua, en la de Panaderos, en la de San Luis y en la alargada plaza del Salvador. Perdidos en aquella red de callejuelas enlazadas y estrechas, recorremos estas estaciones de la profana religiosidad, y á nuestro oído llegan quejumbrosos y prolongados, como lamentos de moriscos perseguidos, los ecos de la guitarra, entre cuyas cuerdas se aduerme y suspira el alma andaluza, y al final de la copla popular que expresa vivamente los anhelos ó las torturas del que canta.
Capillitas de amor son los altares. En su centro, y bajo doselillo rojo, está la cruz, mimosamente adornada por las muchachas con lo más lindas y olorosas flores del carmen, y á los lados ó en la escalinata levantada sobre la mesa del altar, que cubren telas antiguas y colchas de colores varios y á veces tapices moriscos, vénse encerradas en sus fanales ó puestas al descubierto preciosas imágenes que se guardaban en la casa ó con que la vecindad contribuyó al esplendor de la fiesta. Verde follaje alfombra el suelo; las paredes ocúltanse detrás de caprichosas colgaduras y tapices raros; y las velas y los quinqués, distribuidos profusamente entre los floreros, que apenas pueden sostener los ramilletes aromáticos, y las imágenes de talla, iluminan el vestíbulo y el interior del huerto, llamando sobre el altar la atención de los que por allí transitan.
En las lunas de los espejos colgados sobre las colchas y en los lienzos abrillantados reverberan las luces; en el ambiente flotan y se extiendan los aromas que exhalan las rosas recién cogidas del jardín y los perfumes que ungen y embalsaman los cuerpos codiciados de tantas hermosuras.
En las bandejas, que las mozuelas tienen entre sus manos mézclanse las hojas de las flores y las monedas que el rumbo de los mozos y la admiración ó el amor á la que pide echaron sin mirar siquiera la cantidad que daban para el altar y la cruz.
Ante ella la juventud canta y baila como en los antiguos pueblos orientales. Y las coplas son requiebros ó reproches, celos ó quejas, alardes de cariño ó temores de olvido, desdenes ó esperanzas, claridades de bonanza ó relámpagos de tormenta que, si estalla, ilumina con resplandores de tragedia la fiesta poética del 3 de Mayo.
Cuanto más la noche avanza, más se animan los altares, más repletas están de ofrendas las bandejas, y más intencionadas son las coplas y mayor la alegría.
El típico baile del fandango ha sido casi en todas partes suprimido, sustituyéndole esos bailes íntimos de nuestros días en que si bien se acortan para los enamorados las distancias, desaparece lo que luengos años conservó el sabor de la tierra y el culto de las gentes.
Remojan los tocaores y los curiosos la garganta con generoso vino; lucen las mozas sus pañuelos de Manila en las vueltas y giros de la danza; la guitarra ornada con lazos y cintas, pasa de unas manos á otras, por todos amada y atendida y con todos lamentándose de sus cuitas sin consuelo; las velas del altar arden con extremada viveza.
La fiesta termina al toque del alba. Y, cuando los trasnochadores se retiran á descansar y aporrecean las puertas de los hornos albaicineros en demanda de tortas calientes con que “tomar la mañana”, todavía en la Plaza Larga parpadean en los puestos de avellanas y barretas las luces de las candilejas que, tan faltas ya de aceite como sobrados de cansancio los vendedores, acompañan con llamaradas expirantes el cabeceo compasado de los dormidos y se apagan cuando el día se entra de rondón en la ciudad por la cuenca del Darro abajo.
Notas
(1) Se ha respetado en todo momento la grafía del documento original.
Gil Griman, Rodolfo. El país de los sueños: páginas de Granada, Granada: Tip. Lit. Paulino